viernes, 19 de marzo de 2010

La otra Odisea

Hoy estoy bastante simple.



Miraba las olas acariciando la arena mientras, a imitación de ellas, le acariciaba la cabeza a su hijo.

"Esto es tan aburrido..."

Se levantó y dio un paseo por la playa.

"Ya debería haber vuelto. Seguro que se ha entretenido saqueando alguna aldea, y yo aquí esperando como una boba".

Entró en su casa y se sentó, desgranando los segundos con su mirada. Ansiosa y aburrida.

"Conociéndolo, estará flirteando con alguna bruja. Se va a enterar cuando vuelva".

Miró a su hijo, que no parecía preocuparse por nada, y se levantó con decisión.

"¡Hasta aquí hemos llegado!"


Y así, Penélope se dejó de tonterías y fue a buscar a Ulises.
(Luego no lo encontró y se inventó lo del telar, pero nadie se creyó esa historia).



Fin del comunicado.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Nocturno para Violín y Piano




Te escribo estas líneas para explicar mi comportamiento de ayer.

Mi brusquedad te sorprendió, como no podía ser de otra manera. Temo que esta explicación tendré que empezarla desde el principio:

Me sorprendiste desde el momento en que te vi, pero no me atrevería a decir que te amé desde ese mismo instante. Tu forma grácil de andar, las pupilas de tus ojos que siempre parecían absorber la luz circundante, tu voz ligera y arrebatadora... por todo eso no sentía más que cierta fascinación, mas no amor.

Los primeros días que hablamos vi en ti inteligencia, rapidez y sabiduría. Vi la Bondad en tus actos, la Belleza en tus pensamientos, la Verdad en tus palabras. Nuestras conversaciones eran una orquesta en perfecta armonía. No había noche en la que no me acostara reflexionando sobre las preguntas que habían surgido, y las preguntas a las que habíamos (habías) respondido.
Tampoco eso me hizo amarte. Sentí una gran simpatía, una comprensión transcendental, un deseo de nunca separarme de ti y una exaltada admiración.

Un día me invitaste a pasar a tu casa. Descubrí con grata sorpresa el piano que había en tu salón y la partitura que había sobre él: un nocturno de Chopin. El mismo que yo estaba practicando, y (por lo que me dijiste más tarde) el que habías tocado en varios conciertos.
Fuiste a por tu violín y yo me senté al piano. Toqué los primeros acordes y el tiempo se detuvo cuando empezaste a tocar. Me hiciste sentir cosas que había olvidado, cosas que nunca había aprendido y cosas que siempre había sabido. Viajé durante un breve período de tiempo por un mundo en el que sólo estabas tú, y lo encontré hermoso. La forma en como los dos sonidos se fundían fue lo que me hizo amarte.

El tiempo que pasamos juntos fue el más dichoso que recuerdo, y espero no tener que reemplazarlo nunca. Tocamos muchas piezas distintas entonces, pero el Nocturno era el que nos extasiaba cada noche, en el que siempre encontrábamos algo nuevo. Te amé cada día más durante los tres años y cerca de cuatro meses que pasamos juntos.

El día que te fuiste está borroso en mi memoria. Es curioso... suelo tener buena memoria, pero no recuerdo la frase que me dijste antes de abandonarme.

El alcohol, la tristeza y la furia fueron los tres hierros a los que me agarré para no caer, pero quemaban.
Entonces no podía tocar. Mis manos parecían no responderme, y nuestro Nocturno era patético sin violín.
No sé si fue la locura u otro oscuro motivo lo que me llevó a comprar un violín. Tal vez lo hice porque era la única forma de no perderte, tal vez para demostrarte que no te necesitaba.
Aprendí a tocar con relativa soltura en menos de dos años, con una fijación enfermiza.
Pasado un tiempo toqué tu Nocturno, mi Nocturno, y quedé satisfecho. No dejé de practicar hasta que su melodía me pareció perfecta.
Entonces grabé mi interpretación. Muchas veces, hasta encontrar una impoluta y expresiva.

Dejé el violín (y hasta hoy no lo he vuelto a coger) y con mi grabación sonando comencé a tocar el piano. Mi violín (que entonces yo quería creer que era el tuyo) acompañó a mi piano, y el resultado fue maravilloso.

A estas alturas tal vez pienses que estoy loco. Quizá tengas razón.

Estos últimos años no he dejado de tocar esa pieza y conseguí aplacar mi dolor hasta apenas sentirlo.


Pero ayer me encontré contigo. No supe qué pensar o qué decir y estuve muy cerca de salir corriendo.
Estabas tan preciosa como la última vez que te vi, pero no tanto como te recordaba. Intercambiamos unas palabras de cortesía, me contaste qué había sido de tu vida y yo procuré no hablarte de la mía. Tu voz era algo menos dulce que la que sonaba en mis sueños, y tus ojos algo menos perfectos.
Me invitaste entonces a tu casa, y descubrí con cierta indiferencia que no te habías mudado.
Esta vez el piano estaba tapado y no había partituras a la vista, pero los dos habíamos memorizado sobradamente nuestro Nocturno.
Te pedí que lo tocáramos, tú aceptaste (no sé si con placer o con desagrado). Comencé a tocar, con el corazón encogido esperando tu entrada. No entraste en el tiempo correcto.
Tus trinos eran más nerviosos que gráciles, y fallaste un par de notas que me hicieron saltar del susto.
Entonces viajé por ese mundo en el que sólo estabas tú, el que creía conocer tan bien, y lo encontré grotesco.

Por eso me levanté y cerré la tapa del piano. Por eso me marché sin despedirme.

Descubrí quién eras. Comprendí que todo este tiempo no te había amado a ti, sino a tu recuerdo.

Adiós. Me quedo con mi grabación.


Fin del comunicado.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Transpapelado

¡Hola, hola!

El otro día, viendo una adaptación a televisión de "La Gaviota", de Anton Chéjof, oí una curiosa frase que dijo este escritor: "Yo escribo para que la gente mire a sus vidas y se den cuenta de lo miserables y deprimentes que son". Qué hombre tan optimista.

Relato:



Una calle soleada de Rouen. Entre la multitud podemos ver a un curioso hombrecillo: Alain Perrineau, burócrata.
De mediana estatura, pasos rápidos y cortos. Viste calzado gris, pantalones grises, chaqueta gris, corbata gris claro, camisa gris, maletín gris oscuro. Lleva un recatado bigote (¿tengo que decir de qué color?) que mueve junto con su mandíbula, en un esfuerzo exagerado por mantener el control de sus pensamientos. Sus labios estirados en una medio sonrisa dicen "me encanta divertirme", mientras que sus ojos dormidos responden "me divierten las cosas monótonas y previsibles". En el centro de esos ojos (grises) las pupilas parecen invitarnos a entrar a los pensamientos de Alain.
Sería descortés rechazar la invitación de unas pupilas, entremos:

Debería recordar bien ese nombre, no quiero provocar un error en el censo. Damien du Mont... Damien du Mont, Damien du Mont, Damien du Mont. Oh mon Dieu! ¿Dónde va tan rápido ese chico? Casi me tira... los jóvenes cada día parecen estar más locos. Vaya, mira esa señorita... desde luego que tiene un buen aspecto. Qué alegrías nos trae la primavera... ¡Daniel du Mont! No debo olvidarlo...
¿Seguro que era Daniel? No... Daniel no... acababa en "en", podría jurarlo.
No había visto nunca este jardín tan exuberante, las magnolias están preciosa.
¡Fabien! Eso es, Fabien. Ya sabía yo que acababa en "en".
Vaya, estos zapatos son demasiado cálidos para un día como hoy.
Qué peinado tan estrambótico tiene esta mujer. Seguramente sea extranjera. Y qué ropa...
Fabien, Fabien, Fabien... no se me olvida.
Desde luego eso no es moda de Rouen ni de Francia, ¡qué peinado tan extraño!
Ah, empieza otro día de trabajo. Archivar, firmar y ordenar. ¡Archivar, firmar y ordenar!

-Bon jour, monsieur La Fleur!

Ah, mi viejecito. Qué haría yo si no me encontrara con este hombre todos los días.


Se sienta en la silla de su despacho y coge la pluma. Con caligrafía esmerada escribe "Fabien du Pont", deja la pluma y sonríe frente a otra jornada de fantástica burocracia.

Mañana, a eso de las tres, Damien du Mont recibirá una agradable sorpresa mientras que Fabien du Pont será conducido a la guillotina.



Fin del comunicado.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Un mal día.

Creé el blog con la idea de escribir humor y crítica, pero lo cierto es que se está convirtiendo en un blog de relatos cortos. Bueno, no está mal. Aquí va el siguiente:


La irritante voz de esa mujer repite la misma frase de todos los días. La misma jodida frase:

"Próxima parada: Diego de León. Correspondencia con líneas: cuatro y seis"

Ya lo sé, señorita. Sé perfectamente las correspondencias de Diego de León, haga el favor de callarse.
Salgo del vagón, abriéndome paso entre el gentío. Hay unos cuantos que vienen corriendo para no perder el tren. Necios. Hay uno cada dos minutos en este rango de horas y de estaciones, ¿no podéis esperar dos minutos?

Giro a la derecha. Doce escalones. Un pasillo a mi izquierda y otro al fondo. Avanzo, escaleras a la derecha. Doce escalones. Avanzo. A mi derecha, la vía para ir en dirección Alameda de Osuna. Al fondo, la mujer francesa bajita que canta incansablemente "Bésame, bésame mucho". Le dejo veinte céntimos. Siempre le dejo veinte céntimos, aunque no cambie de canción.
Giro a la izquierda. Un pasillo largo y monótono. Me percato de que hay alguien a mi lado con un aspecto curioso. Un señor con sombrero. Lleva una gabardina gris, y gafas redondas. Tendrá unos sesenta años y juraría que me mira. Le ignoro y llego al final del pasillo. Giro a la derecha una vez, y luego otra para bajar por las escaleras mecánicas.
Estos escalones no los tengo contados, ya los contaré cuando se estropeen las escaleras mecánicas.
Llego abajo y saco mi teléfono móvil para mirar la hora. Mierda, otra vez llego tarde. Una señora gorda y agitada, corre hacia el vagón moviendo los brazos y se choca conmigo. No tengo tiempo de decirle ningún improperio porque en su avance, similar al de un bulldozer rapidísimo, tira mi móvil al suelo.
Me agacho a recogerlo y al levantarme veo frente a mí al señor del sombrero. Le miro con un profundo odio que no consigo explicarme.

Miro a la izquierda, las puertas del vagón se cierran ante las narices del viejo del sombrero.

"Jódete" -pienso- "eso te pasa por llevar sombrero, tío raro".

Me siento en un banco, a la espera del próximo tren. El señor del sombrero me mira y se sienta en el banco contiguo. Parece ser que no le gusta estar sentado al lado de gente que no lleva sombrero. Maldito tío raro.

Saco de nuevo el móvil y abro uno de los juegos que uso para esperar al metro. Sin embargo hay algo que me intranquiliza. Vale, tengo un mal día, pero no es sólo eso. Juraría... que hay alguien mirándome. Se me clavan unos ojos en el costado.

Giro la vista con rapidez hacia el hombre con sombrero y está mirando a las vías. Claro, me he dado cuenta de que estaba mirándome y él se ha percatado, pero a mí no se me engaña tan fácilmente.
Le lanzo una mirada fulminante y vuelvo a mi juego.

Una voz en off, entre divina e infernal, dice con sorna:

"Debido a una incidencia en la línea, el próximo tren no admite viajeros".

Ahora llego tarde seguro. Intento relajarme y seguir con el juego.
¿A quién se le ocurre llevar sombrero en estos tiempos? ¿Quiere llamar la atención o sólo está un poco loco?
Reviento unas cuantas burbujitas, pero una grande cae sobre mí y me hace perder la partida. Esto me irrita más que de costumbre y guardo el móvil con odio. Cruzo una pierna sobre otra y miro alrededor.

Hay mucha gente, y nadie lleva sombrero menos el tío raro. Como tiene que ser.

PRÓXIMO TREN EN
4 MINUTOS

Doscientos cuarenta segundos. Empiezo a hacer una cuenta regresiva desde 240, es una mala costumbre.

El señor del sombrero se levanta y da un paseíto. ¿Qué pretende? Pasa por delante de mi banco y me dedica una mirada fugaz, yo le miro con odio infinito pero parece no darse cuenta.

PRÓXIMO TREN EN
3 MINUTOS

Ciento ochenta, ciento setenta y nueve, ciento setenta y ocho...
El viejo excéntrico se para justo en la línea visual que hay entre mis ojos y el cartel. Lo ha hecho a propósito.

Cada vez estoy más nervioso, no sé por qué. Odio tener un mal día, pero cuando me pasa no puedo evitarlo. Sigo mi cuenta regresiva con concentración excesiva, obsesionado. Paso la franja de los 120 segundos, y la de los 60. Sin embargo no tengo ninguna referencia para comprobar si estoy llevando bien la cuenta. Si sólo ese hombre repugnante se quitara del medio...

Vuelvo a mirar la hora. Ya es completamente imposible que llegue a tiempo.

El señor del sombrero se adelanta y me deja ver el cartel:

PRÓXIMO TREN VA A EFECTUAR
SU ENTRADA EN
LA ESTACIÓN.

El viejo excéntrico se adelanta casi hasta el borde de la vía. Qué imprudente, ¿acaso no ve la marca de seguridad en el suelo?

Como buen ciudadano que soy, castigo esta infracción de la forma más correcta.

El tren colosal avanza a gran velocidad. Me acerco al pobre desgraciado que ni se imagina lo que le espera. Noto el tacto suave y cálido de su gabardina y la fragilidad de su espalda anciana y empujo con todas mis fuerzas hacia la vía. Suelta apenas un gritito de sorpresa y su cuerpo se precipita a la franja. El conductor del tren muestra asombro y espanto cuando la parte frontal de su vehículo golpea con violencia al tipo del sombrero haciéndolo saltar, desmadejado, varios metros hacia delante.
Su sombrero vuela hasta mis pies con un toque de ironía.

Veo que mis compañeros de andén me miran asustados y furiosos. ¡Llevaba sombrero! ¿Es que no se dan cuenta?
Llevo la mano al bolsillo interior de mi chaqueta y sacó mi argumento más convincente: una Colt 45 con el cargador lleno de persuasión.

Hoy tengo un mal día, no tengo ganas de discutir. Apunto al que tiene más miedo.




Fin del comunicado.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

...Y los sueños, sueños son....

Otro relato. No sé nada de divorcios ni juicios, así que no me lo tengais en cuenta si he puesto alguna tontería.


En un túnel oscuro caminaba, sin saber dónde estaba la salida y dónde la entrada, en caso de que éstas existieran. La oscuridad era absoluta, al igual que el silencio. No oía ni sus propios pasos. Intentó hablar y dar palmas, pero no fue capaz de producir ningún sonido. No olía a nada, no hacía frío ni calor. Ni siquiera sentía su propio cuerpo. Ni cansancio, ni sed, ni hambre, ni ninguna de las sensaciones internas.
Empezó a dudar sobre el lugar en el que estaba. Creía que era un túnel pero nada había que confirmara su suposición. Empezó a dudar de que estuviera en algún lugar. Incluso empezó a dudar de su propia existencia. Lo único que era capaz de percibir eran sus pensamientos, sus recuerdos y sus deducciones.

El día anterior (aunque tampoco estaba seguro de que sólo hubiera pasado un día) había ido a dormir a su cama, como todos los días. Había tenido sueños extraños. En ellos aparecía su ex mujer con los ojos de su hermana y completamente calva. Susurraba algo que no era capaz de entender. Cuando se acercó a escuchar qué decía, notó que alguien apagaba la pantalla de su imaginación, y desde entonces había estado en ese supuesto túnel.

"Es curioso" -pensó- "lo claros que se oyen los propios pensamientos cuando es lo único que puedes oir".

Dos días antes había firmado el divorcio. El reparto había sido equitativo. Habían vendido la casa y dividido los beneficios entre ambos. Por suerte, ella era estéril y ninguno de los dos tenía el carnet de conducir, así que no pelearían por los niños ni por el coche.
La abogada de él era una mujer joven por fuera y anciana por dentro. Con apenas 25 años, recién acabada la carrera, era una mujer gris y cruel. Eso sí, eficiente. Carla (ése era su nombre) trabajaba en un buffet de abogados muy prestigioso, y era la trabajadora más joven. Pretendía demostrar que todas las pertenencias del matrimonio debía quedárselas el marido. Él se lo impidió, no era justo y su ex mujer no se lo merecía.
El abogado de ella era la cara opuesta de Carla. Fabián, 60 años, jovial y alegre, y un completo inútil para la abogacía. Si no hubiera sido porque él se negó, podría haberla dejado en la calle y sin un céntimo.

Su memoria retrocedió otro día, el día del juicio. Las acusaciones de los abogados habían sido crueles y absurdas y el juez parecía divertirse con el espectáculo. Él y ella se miraban fugazmente de vez en cuando, mostrando ambos una terrible incomprensión de todo lo que estaba pasando, preguntándose qué hacía esa gente hablando de una relación que no habían visto nunca, diciendo cosas en su nombre que ellos jamás habían pensado. Ambos se sentían un poco culpables, un poco tristes, un poco asustados y sí, también un poco enfadados.

Su memoria dio otro salto, algo más grande, al mes pasado. El día que se separaron. Él volvió a casa del trabajo y se encontró una nota en la nevera: "No podemos seguir así, tenemos que hablar". Cuando llegó ella a casa tuvieron una discusión fría y aburrida, tras la cual decidieron llevar caminos separados, cada uno el suyo. Él no sabía cuál era su camino, pero deseaba que ella conociera el suyo.

Recordó después el fin de semana anterior a su separación. Se habían escapado a un hotelito en la playa, para desconectar. Cuando llegaron a la habitación, él cogió una cerveza del minibar y se sentó en la cama a ver la televisión.
Ella deshizo las maletas sin pronunciar una palabra.

-Cariño -dijo cuando terminó- podríamos ir a dar una vuelta por el paseo marítimo.
-Estoy agotado... -respondió él- Sal tú si quieres, yo me quedo viendo la tele.

Ella le miró en silencio, inundada por una rabia fría.
Cuando él terminó la cerveza se levantó a por otra y se encontró a su mujer, mirándole fijamente.

-¿Qué? -preguntó él.
-¡¿Que?! -gritó ella- Llevas un mes trabajando sin parar, no recuerdo la última vez que pasamos tiempo juntos, y ahora nos vamos un fin de semana y te quedas en la habitación viendo la tele. ¿Y aún no sabes qué pasa?

Se giró indignada. Él se encogió de hombros.

-Estoy cansado, ¿qué quieres que haga?
-¡Te tomas un café y te tragas tu maldito cansancio!
-Si vas a empezar con tus histerias me voy a dormir...
-¡Oh! -ella se sentó en una silla y giró la cara para ocultar las lágrimas.

Pasaron cinco minutos en un silencio tenso.

-Mira, sé que no he estado muy pendiente de ti, pero...
-Pero ¿qué? -espetó ella.
-No es culpa tuya, es sólo que... últimamente nada me divierte demasiado. Es como si viviera por rutina, más que por voluntad.
-Es normal, ¿no? Hemos envejecido. Llega un momento en que el amor se enfría.
-Es la frase más deprimente que he oido en mi vida -dijo él- Eso no pasa en todos los matrimonios. Mi hermana...
-Tu hermana tiene tres hijos preciosos. Con tantos problemas yo también sé conservar la pasión.
-Si hubiéramos tenido hijos...

Ella se giró despacio para mirarle con rencor.

-Hijos... claro. ¡Si tu mujer no fuese una tierra yerma en la que no crece ni la hierba!
-No me has entendido.
-¡Que te jodan! -gritó ella, y se tiró llorando en la cama.

Él volvió a subir el volumen de la televisión y siguió bebiendo.
Al cabo de un rato ella levantó la cabeza de la almohada.

-¿Tú me sigues queriendo? -le preguntó con voz vacilante.

Él la miró largamente sin emoción en su rostro.

-¿Y tú a mí?

Los ojos de ella se clavaron en los de él, y viceversa, intuyendo el abismo infranqueable que se abría entre los dos.


Su entendimiento ya había calentado los músculos y dio un salto más grande, tres años atrás, el día de su boda.
Él estaba nervioso como un adolescente el día de su primera cita. Su madre no para de decir "que se me casa" y su padre le daba innumerables consejos sobre la vida en pareja. Él no escuchaba, sus pensamientos estaban centrados en su amada, la que desde ese día sería su esposa, hasta que la muerte les separara, por lo menos.
Ya en el altar la novia se hizo esperar, y tardaba. Ya habían acordado entre risas ese retraso, para darle "dramatismo" al momento. Cuando llegó, él se quedó asombrado. Su supersticiosa hermana le había prohibido ver el vestido de ella, y él se lo había imaginado mil veces. Sin embargo, vio que la realidad superaba todas sus expectativas. Ella estaba bellísima. El traje blanco (no podia ser de otra manera, decía su suegra) y un gracioso recogido que dejaba ver con toda claridad su piel suave y pálida, sus ojos color miel, sus pómulos rosados, su naricilla, sus labios finos y misteriosos, y esa peca que tenía en la frente, que ella odiaba y él adoraba.
Los votos fueron formales y típicos, nada había en ellos que no hubiera en los de todas las bodas. Pero en sus miradas había un verdadero juramento. Un juramento que duraría toda la eternidad y que sólo en tres años habían hecho añicos.
"Pero aunque lo hayamos roto" -pensó él- "en ese momento se hizo eterno".

Como si alguien manejara su memoria, recordó involuntariamente el día de su primer beso.
Era noche cerrada, ambos habían terminado los exámenes de fin de carrera y lo habían estado celebrando en un bar con sus compañeros. Él se emborrachó demasiado y ella lo acompañó a tomar el aire.
No recordaba muy bien qué había sucedido, sólo se acordaba de que habían acabado besándose.
Ella quería que el alcohol no borrara de la memoria de él lo que había pasado, así que sacó unas tijeritas de su bolso y se cortó un mechón de pelo, que él guardó como si fuera un tesoro.
Él intentó cortarse un mechón, pero tenía el pelo demasiado corto, así que se quitó un zapato y le pidió que lo guardara en su bolso. Ella, muera de risa, le obedeció. Y había guardado ese zapato hasta el fin de semana del hotelito en la playa, en el que lo tiró al mar.
Él había perdido el mechón de ella hacía mucho tiempo.

Su memoria no daba más de sí, así que se quedó sin pensar en nada un rato.
De pronto, alguien volvió a encender la pantalla de su imaginación.
Su ex mujer estaba de nuevo frente a él, seguía susurrando algo, pero volvía a tener pelo y sus ojos color miel. Se acercó y oyó lo que susuraba:

-Volvamos a intentarlo.


Se despertó lleno de júbilo. ¡Sí, eso no era sólo un sueño! ¡Era un mensaje!
Se querían, siempre se habían querido y no dejarían de hacerlo. Sólo había que corregir un par de cosas, estar más pendientes el uno del otro, tener un detalle de vez en cuando...
Aún era pronto, pero corrió a por el teléfono y la llamó. Tardó un rato en cogerlo.

-¿Sí? -sonó su voz, algo somnolienta- ¿Diga?
-¡Cásate conmigo otra vez! -exclamó él.

Se hizo un largo silencio, él volvió a tomar la palabra.

-¿Y bien?
-Claro que no... ¿te has vuelto loco? -dijo con fastidio- Nos acabamos de divorciar.

Él dejó el teléfono despacio y se quedó tumbado en la cama, mirando al techo.


A veces los sueños,por reales que parezcan, sólo son sueños.



Fin del comunicado.

sábado, 25 de julio de 2009

Querido diario...

Querido diario:

Hoy ha sido un día muy normal. Me he despertado con los primeros rayos de sol, como de costumbre. La ducha era tan agradable como siempre: aceites esenciales, mascarilla, gel depilatorio y agua calentita.

Cuando he salido y me he vestido, mi cariñito me tenía preparado el desayuno, ¡es tan mono!
Tostadas de pan integral con mantequilla sin grasa, café descafeinado con leche desnatada y sucedáneo de sacarina, ¡cómo me conoce!

Hemos estado hablando del futuro, como todos los días: cuando él ascienda en su empresa y yo consiga un trabajo estable nos casaremos y nos mudaremos a una casa más grande. Mis padres y los suyos están encantados con la idea, y quedan todos los primeros sábados de mes para conocerse más y hablar de lo contentos que están con nosotros.

Después del desayuno, Juanjo me ha llevado en coche al trabajo. Un día muy tranquilo, apenas he tenido que responder a veinte llamadas. A la hora de comer, Karina y yo hemos estado comentando la ropa de la boda de su prima, ¡iban todos ideales! Bueno, casi todos.

A la salida, Juanjo ha venido a buscarme. ¡Qué suerte que tengamos los mismos horarios y trabajemos tan cerca, así nunca estamos separados demasiado tiempo!

Al volver a casa, me ha estado contando no sé qué sobre una transacción muy importante, es maravilloso ver cómo habla de forma tan natural sobre un tema tan... elevado. Maneja a diario grandísimas sumas de dinero, ¡y no se le nota nada! ¡Parece una persona muy normal!

Cenita, película, y a la cama. Sólo me he despertado para escribir mi página diaria, que se me había olvidado.

Estoy tan tranquila... parece que mi vida ya está asentada, que pasaré todos los días de mi vida con alguien tan obsequioso como Juanjo, una vida sin sobresaltos, con un trabajo tranquilo, con mi familia rebosante de felicidad por lo bien que les he salido...



Por todo eso, he decidido vaciar todo el frasco de pastillas de la cocina y suicidarme.





Fin del comunicado.

viernes, 5 de junio de 2009

Ich bin nicht tot!

¡Otra actualización! ¡Estamos que lo tiramos!

Hace poco oí hablar de los microrrelatos: relatos cortísimos, por lo general de alrededor de 100 palabras. Por lo visto, la mayoría de los concursos de relatos cortos son de ese tipo (supongo que el jurado es demasiado vago como para leer algo más largo), y me apetecía probar. Curiosamente, lo hice sin contar las palabras y me salieron exactamente 100.
El título en alemán de la entrada es por una canción de Lacrimosa.

Ahí fuera suenan gritos, sirenas, piedras y fuego. Aquí dentro todo es silencio. Ahí hay movimiento y preocupación, aquí, calma y dolor. A veces veo la luz lejana, la de ahí fuera. Aquí sólo hay oscuridad. Por encima tengo un peso infinito, por debajo no lo sé. Ni siquiera sé bien si eso es arriba y esto abajo, ¿acaso importa? Quiero salir, pero no sé si quererlo servirá de algo. Me parece oírla llorar, no quiero que llore. Aquí dentro no lloraría. Intento gritar, pero creo que no tengo pulmones. Intento decirle: “¡Estoy aquí, entre los escombros! ¡No estoy muerto!”.

Fin del comunicado.

sábado, 30 de mayo de 2009

El Movimiento, la Quietud, y lo Otro

Estoy de exámenes y debería estar estudiando, pero como necesito desconectar un poco aquí va un relato.
Aclaración: Es completamente anti-histórico. Le puse un ambiente de "Rusia a principios del siglo XX" por razones puramente románticas, la única relación entre esa época y el relato es meramente estética.

Un copo de nieve le cayó en la nariz y la despertó. Masha Andréyevna estaba tirada en el suelo frío de un cementerio, con la cara ensangrentada a causa de un puñetazp y los pulmones ardiendo por el aire gélido. Habían arrasado su pueblo. Esas huestes berreantes con llamas en los ojos y muerte en las azadas.

Todo había sido muy rápido...
Estaba tomando samovar con su padre y su prometido, Piotr Ivánovich, en su casa.
Estaban sentados cerca de la ventana, al calor del fuego.
Piotr era tan hermoso y lo quería tanto... quizá un poco mayor para ella, pero eso no importaba. Siempre tenía una palabra dulce en la boca y una caricia cariñosa cuando hacía falta. Su anciano padre estaba pletórico, Masha nunca lo había visto sonreir así desde que murió su madre, a causa de una fiebre voraz e inesperada. Piotr le contaba al señor Andréi alguna anécdota insustancial. Sobre algún cliente, las extravagantes modas que llegaban a Moscú, o algún otro asunto, pero a Masha no le interesaba lo que dijera, le bastaba con el sonido de su voz. Miraba su jardín tras las ventanas, viendo como la nieve cubría ya la tierra con un halo de serenidad, y un cuervo se sacudía la humedad y buscaba refugio.

-¡Oh, Piotr, deja de contar historias aburridas! -dijo con una risita.
-Masha, querida, tu señor padre disfruta con mis anécdotas.
El anciano soltó una carcajada.
-¡Tal vez disfrutar sea un poco exagerado!

Los tres rieron alegremente, y a las tres risas humanas se juntó una risa más artificial, el sonido del cristal al romperse. La risa del anciano se detuvo en seco cuando la azada que había atravesado la ventana se le hundió en el cráneo.
Piotr y Masha se congelaron de estupor, junto con la risa que parecía volverse en su contra, a unos centímetros de sus caras. Luego, sin previo aviso, todo se aceleró y Masha no pudo distinguir qué había sucedido antes y qué después. Unos hombres salvajes entraron en su casa destruyendo todo a su paso, Piotr gritó, Masha lloró y Andréi permaneció mudo. El mundo se destruyó en mil pedazos, y una mole en forma de puño se estrelló contra la cara de Masha, anegando de sangre su vista y de dolor el resto de sus sentidos.
Cuando recobró el conocimiento, estaba tirada fuera de su casa. Su pueblo natal ardía: sus recuerdos, su familia, sus bienes... todo entregado al fuego devorador.
Su amado se debatía con un palo contra cuatro hombres armados.

-¡Huye! - le gritó.
-¡Piotr! -aulló ella, presa del dolor más insufrible.
-¡Vete, yo estaré bien!

Cuando Masha lloró, las lágrimas se mezclaron con la sangre y con sus heridas, provocándole escozor. Corrió lo más rápido que puedo, rezando en susurros por el bien de Piotr y el alma de su padre. No se atrevió a mirar atrás. El mundo se derrumbaba a su alrededor y oía el crepitar de las llamas, los gritos de los moribundos y los alaridos de los salvajes, en un idioma irreconocible. Ella misma comenzó a gritar para no oir como todo se resquebrajaba.
Tropezó y cayó. Mientras se levantaba miró a su alrededor. ¡Oh, Dios mío! ¡Había ido a parar al camposanto del pueblo!
Se encontró de frente con uno de los salvajes, enorme y furibundo. Balbuceó algo en su extraña lengua y la golpeó. Ella cayó de nuevo, y cuando tocó el suelo siguió cayendo... cayendo... cayendo...

El recuerdo de lo ocurrido llegó de golpe a su mente y no fue capaz de soportarlo. Sintió tentaciones de dejarse morir, tendida sobre la nieve fría que calmaba levemente su dolor. Si dejaba que la nieve la enterrara, ya no dolería. Todo sería frío, y al frío lo conocía desde hacía tiempo.

Una parte recóndita de su mente se negó en rotundo a rentirse y se levantó, tal vez quedaran supervivientes. Dio unos pasos vacilantes y vio a lo lejos una figura humana. No parecía uno de los salvajes, y reunió las fuerzas que le quedaban para echar a correr. Según se acercaba, reconoció a su padre con la cabeza vendada.

-¡Padre! -se echó a sus brazos- ¡Pensé que habías muerto!
-¡Hija, hija mía! -la abrazó con dulzura- El médico me vendó la cabeza, no es grave. Piotr también está aquí.
Su prometido salió de una casa y se acercó a ella, sólo con una leve cojera.
-¡Piotr! -se soltó de su padre y fue a besar la mejilla de su prometido.
-¡Masha! -su voz denotaba amor y alegría- ¡Bendito sea Dios, todo ha pasado!
Masha Andréyevna siguió besando la mejilla de Piotr, deteniendo el tiempo. No había pasado nada grave... su padre y su prometido seguían vivos, y probablemente muchos de sus vecinos y amigos. Reconstruirían sus hogares, entre todos podrían hacerlo. A no tardar, volvería a los largos paseos por el jardín con Piotr, a tomar samovar cerca del fuego, a soñar con el futuro...


Masha despertó y vio que la calle del pueblo era una fosa común, que la cabeza de su padre no estaba vendada, y que el rostro que besaba pertenecía al cadáver de su amado.
Apenas sin sentir nada, Masha dejó de respirar voluntariamente mientras la tierra que echaban desde arriba le impedía ver.


¿Demasiado gore?
Dejo un vídeo del Concierto no.3 de Rachmaninoff interpretado por Valdimir Horowitz. Es bastante largo, pero si tenéis tiempo para verlo, hacedlo. Es una de las cosas más bellas que escucharéis jamás:


Fin del comunicado.

lunes, 4 de mayo de 2009

Reivindicación Lingüístca (2 y Final)

Cuando hice la primera parte de esto pensé que la segunda sería divertida. Bueno, no lo es, pero tampoco daña la salud, así que...

Me fascina la originalidad del castellano para designar las habitaciones de una casa. Cuarto de baño está bien. Dormitorio también, es conciso y correcto. Cocina, en cambio, es un término perturbador y confuso.
Pero la maravilla no está aquí, si no en las salas. Me imagino a los primeros hispano-parlantes cuando se compraron su piso:

-Cariño... esta sala es pequeña, ¿cómo la llamamos?
-¿Qué tal "salita"?
-Me gusta. ¿Y a esta otra que es grande?
-Hum... ¿"salón"?
-¡Maravilloso! ¿Cómo se te pudo ocurrir tal despliegue de creatividad y belleza?
-Ya me conoces.
-Pero tenemos otra sala. No es ni pequeña ni grande, pero parece confortable.
-Pues "sala de estar".
-Cada día me sorprendes más.

Si queréis saber el final de la historia, la mujer se divorció y se casó con un señor que estaba creando un dialecto, pero a lo que vamos...
"Sala de estar". Una sala... en la que se está. Great. ¿Las demás salas son las de no-estar? ¿O las salas de ser?
Claro, que peor es en inglés. Imagino que todas las salas que no sean "living rooms" serán "dying rooms", qué tétrico.

Y ahora, la clasificación de los idiomas según mi muy-peculiar-y-particular-opinión. Que no se ofendan los francófilos:

Inglés: Idioma infinitamente práctico. Muy flexible, un vocabulario inmenso, palabras cortas que dicen muchas cosas y mucha facilidad para crear palabras nuevas sin que suene raro. Sobre los grandes autores de esta lengua está todo dicho: Shakespeare, Poe, Wilde, Poe, Shakespeare, Shakespeare, Poe... hay otros, pero ¿para qué quieres más?. Además es una lengua fácil de aprender una vez le coges el ritmo.
Overall rating (¿veis?): 8.5/10

Español:Un idioma muy bonito, lo reconozco. Tiene una sonoridad rotunda y especial, se escribe tal y como se pronuncia (con excepciones, pero pocas) y admite muchísimas variaciones a la hora de crear frases (y muchísimas variaciones admite.../y a la hora de crear frases admite... creo que queda claro). Las desventajas: un vocabulario basante limitado y las flexiones de los verbos son complicadas. También hay que darle muchas vueltas para decir según que cosas. Grandes autores: Quevedo, Buero Vallejo, Calderón, entre muchos otros (no, ME NIEGO a poner a Cervantes). Es un poco absurdo poner esto, porque todos los que lo lean ya saben español...
Overall rating: 6/10

Francés: Ag. ¿Qué se puede decir de un idioma que para decir 99 usa la palabra "quatre-vingts dix neuf"? (Cuatro veintes diez y nueve). Da muchísimas vueltas para cualquier expresión. ("Qu'est-ce que c'est?"="¿Qué es eso que eso es?", simplemente absurdo e irritante). Sobre el sonido, podría ser bonito si murieran todos los pedantes franceses. Este idioma tiene la peculiaridad de poder pasar de bonito a irritante con una mínima inflexión. Parece que los que lo hablan estuvieran acatarrados. Sin embargo... hay algún autor que salva a este idioma de caer en la completa ignominia: Baudelaire, uno de los mejores poetas desde mi punto de vista, y Maupassant, un maestro en contar una historia aterradora disfrazada de una situación inocente y cotidiana. Hay más, pero creo que esos dos son los mejores (muchos no estarán de acuerdo conmigo, pero oye... esto es MI opinión xD). Sobre aprenderlo, para un hispano-parlante no es difícil. Tiene muchas expresiones parecidas. Eso sí, tendrás que sufrir las conjugaciones verbales extrañas y los círculos infinitos de palabras que no significan nada.
Overall rating: 3.5/10. Y soy generoso.

Alemán: La panacea. Este idioma es simplemente genial. Tiene DOS palabras para casi todos los conceptos: una germana, la otra latina. Sus artículos posesivos indican género, número y persona del poseedor, y género, número y caso de lo poseido. Tiene muchos sinónimos para las palabras, cada uno con matices muy distintos. Su sonoridad a algunos les resulta desagradable, pero es porque han visto demasiadas películas sobre nazis. El alemán puede ser el idioma más dulce dell mundo, y si no te gusta una pronunciación concreta, hay otra, porque es un idioma muy flexible en sus reglas. Es el único idioma que conozco que tiene reglas para creación de palabras, es decir, que si la que buscas no existe ¡puedes crear otra! Es el idioma de la Razón de todos los que existen actualmente, y por eso no es extraño que el 95% de los filósofos post-griegos sean alemanes.
Aun así, también tiene sus desventajas: aprenderlo es un dolor. Tiene un vocabulario extensísimo, es relativamente rígido con las construcciones, y tiene declinaciones y conjugaciones de lo más complicadas, pero merece la pena.
Overall rating: 9.5/10

Todavía busco el idioma 10/10, y sospecho que será el griego clásico. Éste, el latín y el italiano aún no los conozco lo suficiente como para darles una calificación, pero todo llegará.

Ah, y como sé lo aburrida que es esta entrada, voy a poner un vídeo bastante gracioso de Les Luthiers como premio a los que habéis leido la entrada entera xD:



Fin del comunicado.

jueves, 30 de abril de 2009

El Tiempo no Perdona (3)

Como imagino que estais aún más hartos de las excusas por los retrasos al actualizar que de los retrasos en sí, me ahorro esa parte.
Tercer capítulo de "El Tiempo no perdona" y presentación del segundo personaje.

Berlin, 20 de Abril de 1999

Franz Habermaas deambulaba sin rumbo por la atestada Alexander Platz. Ya había llegado la primavera, pero un viento frío cruel soplaba, revolviéndole los cabellos y provocándole escozor en los ojos. Se encogió en su gabardina y agachó la cabeza, en un intento futil de protegerse. Mirando al suelo, chocó con una turista inglesa que se deshizo en disculpas con un alemán chapurreado. Franz, a su vez, le respondió en inglés gutural que la culpa había sido suya. Levantó la vista un segundo y vio que los ojos de la mujer, que ya había entrado en la cuarentena, mostraban signos de lágrimas recientes. Franz estuvo tentado de preguntarle qué le pasaba, pero la multitud se la llevó y a él se le olvidaron rápido sus ojos tristes.
Miró al cielo unos instantes. Pocas nubes, y un sol acobardado que parecía no tener fuerzas para calentar nada. Una ráfaga de viento aún más fuerte se llevó su sombrero. Franz pensó en recobrarlo, pero lo cierto es que nunca le había gustado ese sombrero, le hacía parecer mayor. Su mujer se pondría hecha una furia cuando supiera que había perdido el sombrero, era un regalo de su hermana. Alguna mentira se le ocurriría para explicar la pérdida, siempre se le había dado bien mentir.
"La capacidad de mentir..." -pensó Franz- "la cualidad más capaz de hacer que la gente te quiera, y casi la única de la que no puedes presumir".
Rió en voz baja y volvió a bajar la cabeza para evitar el viento. Buscó un banco vació y se sentó. Miró el reloj... aún era demasiado pronto para volver a casa, no tenía energía suficiente como para aguantar a su mujer durante el resto de tarde.
"Me entretuve con un cliente, cariño" -le decía siempre- "Mañana intentaré llegar a comer, pero no me esperes".
Sacó un cigarro y lo encendió a duras penas, el viento complicaba la tarea. Aspiró tan profundamente que acabó tosiendo con fuerza. La garganta le ardía, notaba el cansancio de sus pulmones, pero esas sensaciones le hacían olvidarse un poco de otro dolor sordo, un dolor que se negaba a aceptar.
Cuando el cigarro estaba casi consumido, sacó una libreta del bolsillo interior de su gabardina. Suspiró y miró al cielo de nuevo, intentando pensar algo en lo que escribir. Al mover la vista, encontró frente a sí, a unos metros de distancia, a la inglesa melancólica con la que se había chocado. Ella también sostenía un cuadernito y escribía algo con ferocidad. Franz se quedó observándola unos minutos, intentando entrar en su burbuja, intentando adivinar qué estaba escribiendo esa misteriosa extranjera, en qué pensaba. Su imagen le devolvió la inspiración que hacía tiempo que no encontraba, y con rapidez buscó su pluma.
Buscó en los bolsillos de la gabardina. Luego en los bolsillos interiores. Luego en los bolsillos del pantalón. Volvió a buscar en la gabardina. Nada, debía haberla perdido. Otra poesía que nunca llegaría a escribir...
Volvió a mirar al banco en el que se sentaba su inglesa, pero ya estaba vacío. En ese momento, se palpó la cabeza y echó de menos su sombrero. Su mujer lo mataría si no lo llevaba puesto...
Pasó el resto de la tarde buscando su sombrero en la plaza y no lo encontró.
"Fantástico..." pensó con fastidio. Pero bueno, ése era un sombrero muy común, no sería difícil buscar otro.
Pasó por una tienda de sombreros y encontró uno en tonos más oscuros, pero muy parecido al que le regaló su cuñada. Era barato, así que lo compró. No era tan cómodo como el otro, pero así su mujer no se daría cuenta.

Estaba anocheciendo y cogió el tranvía de vuelta a su casa. Al entrar, su mujer lo saludó con su luz de siempre. A sus casi cincuenta años estaba tan radiante y maravillosa como cuando se casaron, incluso un poco más.
-Hola, Franz -dijo con dulzura y le besó en los labios.
-Me entretuve con un cliente, cariño -dijo Franz tras el beso- Mañana intentaré llegar a comer, pero no me esperes.
Ella rió y le acarició la mejilla lampiña.
-Está hecha la cena, son boulettes.
-Bien... ¿tú ya has cenado? -colgó el sombrero impostor y la gabardina en el perchero.
-No, prefería esperarte -sonrió.
-Gracias...

Después de cenar, Franz se quedó solo en el salón con la luz casi apagada, mirando su sombrero falso y sintiéndose el peor de los infieles.

Fin del comunicado.
Creative Commons License
Infinitos Múltiples by Feldkhon is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 3.0 España License.
Based on a work at infinitosmultiples.blogspot.com