jueves, 30 de abril de 2009

El Tiempo no Perdona (3)

Como imagino que estais aún más hartos de las excusas por los retrasos al actualizar que de los retrasos en sí, me ahorro esa parte.
Tercer capítulo de "El Tiempo no perdona" y presentación del segundo personaje.

Berlin, 20 de Abril de 1999

Franz Habermaas deambulaba sin rumbo por la atestada Alexander Platz. Ya había llegado la primavera, pero un viento frío cruel soplaba, revolviéndole los cabellos y provocándole escozor en los ojos. Se encogió en su gabardina y agachó la cabeza, en un intento futil de protegerse. Mirando al suelo, chocó con una turista inglesa que se deshizo en disculpas con un alemán chapurreado. Franz, a su vez, le respondió en inglés gutural que la culpa había sido suya. Levantó la vista un segundo y vio que los ojos de la mujer, que ya había entrado en la cuarentena, mostraban signos de lágrimas recientes. Franz estuvo tentado de preguntarle qué le pasaba, pero la multitud se la llevó y a él se le olvidaron rápido sus ojos tristes.
Miró al cielo unos instantes. Pocas nubes, y un sol acobardado que parecía no tener fuerzas para calentar nada. Una ráfaga de viento aún más fuerte se llevó su sombrero. Franz pensó en recobrarlo, pero lo cierto es que nunca le había gustado ese sombrero, le hacía parecer mayor. Su mujer se pondría hecha una furia cuando supiera que había perdido el sombrero, era un regalo de su hermana. Alguna mentira se le ocurriría para explicar la pérdida, siempre se le había dado bien mentir.
"La capacidad de mentir..." -pensó Franz- "la cualidad más capaz de hacer que la gente te quiera, y casi la única de la que no puedes presumir".
Rió en voz baja y volvió a bajar la cabeza para evitar el viento. Buscó un banco vació y se sentó. Miró el reloj... aún era demasiado pronto para volver a casa, no tenía energía suficiente como para aguantar a su mujer durante el resto de tarde.
"Me entretuve con un cliente, cariño" -le decía siempre- "Mañana intentaré llegar a comer, pero no me esperes".
Sacó un cigarro y lo encendió a duras penas, el viento complicaba la tarea. Aspiró tan profundamente que acabó tosiendo con fuerza. La garganta le ardía, notaba el cansancio de sus pulmones, pero esas sensaciones le hacían olvidarse un poco de otro dolor sordo, un dolor que se negaba a aceptar.
Cuando el cigarro estaba casi consumido, sacó una libreta del bolsillo interior de su gabardina. Suspiró y miró al cielo de nuevo, intentando pensar algo en lo que escribir. Al mover la vista, encontró frente a sí, a unos metros de distancia, a la inglesa melancólica con la que se había chocado. Ella también sostenía un cuadernito y escribía algo con ferocidad. Franz se quedó observándola unos minutos, intentando entrar en su burbuja, intentando adivinar qué estaba escribiendo esa misteriosa extranjera, en qué pensaba. Su imagen le devolvió la inspiración que hacía tiempo que no encontraba, y con rapidez buscó su pluma.
Buscó en los bolsillos de la gabardina. Luego en los bolsillos interiores. Luego en los bolsillos del pantalón. Volvió a buscar en la gabardina. Nada, debía haberla perdido. Otra poesía que nunca llegaría a escribir...
Volvió a mirar al banco en el que se sentaba su inglesa, pero ya estaba vacío. En ese momento, se palpó la cabeza y echó de menos su sombrero. Su mujer lo mataría si no lo llevaba puesto...
Pasó el resto de la tarde buscando su sombrero en la plaza y no lo encontró.
"Fantástico..." pensó con fastidio. Pero bueno, ése era un sombrero muy común, no sería difícil buscar otro.
Pasó por una tienda de sombreros y encontró uno en tonos más oscuros, pero muy parecido al que le regaló su cuñada. Era barato, así que lo compró. No era tan cómodo como el otro, pero así su mujer no se daría cuenta.

Estaba anocheciendo y cogió el tranvía de vuelta a su casa. Al entrar, su mujer lo saludó con su luz de siempre. A sus casi cincuenta años estaba tan radiante y maravillosa como cuando se casaron, incluso un poco más.
-Hola, Franz -dijo con dulzura y le besó en los labios.
-Me entretuve con un cliente, cariño -dijo Franz tras el beso- Mañana intentaré llegar a comer, pero no me esperes.
Ella rió y le acarició la mejilla lampiña.
-Está hecha la cena, son boulettes.
-Bien... ¿tú ya has cenado? -colgó el sombrero impostor y la gabardina en el perchero.
-No, prefería esperarte -sonrió.
-Gracias...

Después de cenar, Franz se quedó solo en el salón con la luz casi apagada, mirando su sombrero falso y sintiéndose el peor de los infieles.

Fin del comunicado.
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