jueves, 12 de noviembre de 2009

Un mal día.

Creé el blog con la idea de escribir humor y crítica, pero lo cierto es que se está convirtiendo en un blog de relatos cortos. Bueno, no está mal. Aquí va el siguiente:


La irritante voz de esa mujer repite la misma frase de todos los días. La misma jodida frase:

"Próxima parada: Diego de León. Correspondencia con líneas: cuatro y seis"

Ya lo sé, señorita. Sé perfectamente las correspondencias de Diego de León, haga el favor de callarse.
Salgo del vagón, abriéndome paso entre el gentío. Hay unos cuantos que vienen corriendo para no perder el tren. Necios. Hay uno cada dos minutos en este rango de horas y de estaciones, ¿no podéis esperar dos minutos?

Giro a la derecha. Doce escalones. Un pasillo a mi izquierda y otro al fondo. Avanzo, escaleras a la derecha. Doce escalones. Avanzo. A mi derecha, la vía para ir en dirección Alameda de Osuna. Al fondo, la mujer francesa bajita que canta incansablemente "Bésame, bésame mucho". Le dejo veinte céntimos. Siempre le dejo veinte céntimos, aunque no cambie de canción.
Giro a la izquierda. Un pasillo largo y monótono. Me percato de que hay alguien a mi lado con un aspecto curioso. Un señor con sombrero. Lleva una gabardina gris, y gafas redondas. Tendrá unos sesenta años y juraría que me mira. Le ignoro y llego al final del pasillo. Giro a la derecha una vez, y luego otra para bajar por las escaleras mecánicas.
Estos escalones no los tengo contados, ya los contaré cuando se estropeen las escaleras mecánicas.
Llego abajo y saco mi teléfono móvil para mirar la hora. Mierda, otra vez llego tarde. Una señora gorda y agitada, corre hacia el vagón moviendo los brazos y se choca conmigo. No tengo tiempo de decirle ningún improperio porque en su avance, similar al de un bulldozer rapidísimo, tira mi móvil al suelo.
Me agacho a recogerlo y al levantarme veo frente a mí al señor del sombrero. Le miro con un profundo odio que no consigo explicarme.

Miro a la izquierda, las puertas del vagón se cierran ante las narices del viejo del sombrero.

"Jódete" -pienso- "eso te pasa por llevar sombrero, tío raro".

Me siento en un banco, a la espera del próximo tren. El señor del sombrero me mira y se sienta en el banco contiguo. Parece ser que no le gusta estar sentado al lado de gente que no lleva sombrero. Maldito tío raro.

Saco de nuevo el móvil y abro uno de los juegos que uso para esperar al metro. Sin embargo hay algo que me intranquiliza. Vale, tengo un mal día, pero no es sólo eso. Juraría... que hay alguien mirándome. Se me clavan unos ojos en el costado.

Giro la vista con rapidez hacia el hombre con sombrero y está mirando a las vías. Claro, me he dado cuenta de que estaba mirándome y él se ha percatado, pero a mí no se me engaña tan fácilmente.
Le lanzo una mirada fulminante y vuelvo a mi juego.

Una voz en off, entre divina e infernal, dice con sorna:

"Debido a una incidencia en la línea, el próximo tren no admite viajeros".

Ahora llego tarde seguro. Intento relajarme y seguir con el juego.
¿A quién se le ocurre llevar sombrero en estos tiempos? ¿Quiere llamar la atención o sólo está un poco loco?
Reviento unas cuantas burbujitas, pero una grande cae sobre mí y me hace perder la partida. Esto me irrita más que de costumbre y guardo el móvil con odio. Cruzo una pierna sobre otra y miro alrededor.

Hay mucha gente, y nadie lleva sombrero menos el tío raro. Como tiene que ser.

PRÓXIMO TREN EN
4 MINUTOS

Doscientos cuarenta segundos. Empiezo a hacer una cuenta regresiva desde 240, es una mala costumbre.

El señor del sombrero se levanta y da un paseíto. ¿Qué pretende? Pasa por delante de mi banco y me dedica una mirada fugaz, yo le miro con odio infinito pero parece no darse cuenta.

PRÓXIMO TREN EN
3 MINUTOS

Ciento ochenta, ciento setenta y nueve, ciento setenta y ocho...
El viejo excéntrico se para justo en la línea visual que hay entre mis ojos y el cartel. Lo ha hecho a propósito.

Cada vez estoy más nervioso, no sé por qué. Odio tener un mal día, pero cuando me pasa no puedo evitarlo. Sigo mi cuenta regresiva con concentración excesiva, obsesionado. Paso la franja de los 120 segundos, y la de los 60. Sin embargo no tengo ninguna referencia para comprobar si estoy llevando bien la cuenta. Si sólo ese hombre repugnante se quitara del medio...

Vuelvo a mirar la hora. Ya es completamente imposible que llegue a tiempo.

El señor del sombrero se adelanta y me deja ver el cartel:

PRÓXIMO TREN VA A EFECTUAR
SU ENTRADA EN
LA ESTACIÓN.

El viejo excéntrico se adelanta casi hasta el borde de la vía. Qué imprudente, ¿acaso no ve la marca de seguridad en el suelo?

Como buen ciudadano que soy, castigo esta infracción de la forma más correcta.

El tren colosal avanza a gran velocidad. Me acerco al pobre desgraciado que ni se imagina lo que le espera. Noto el tacto suave y cálido de su gabardina y la fragilidad de su espalda anciana y empujo con todas mis fuerzas hacia la vía. Suelta apenas un gritito de sorpresa y su cuerpo se precipita a la franja. El conductor del tren muestra asombro y espanto cuando la parte frontal de su vehículo golpea con violencia al tipo del sombrero haciéndolo saltar, desmadejado, varios metros hacia delante.
Su sombrero vuela hasta mis pies con un toque de ironía.

Veo que mis compañeros de andén me miran asustados y furiosos. ¡Llevaba sombrero! ¿Es que no se dan cuenta?
Llevo la mano al bolsillo interior de mi chaqueta y sacó mi argumento más convincente: una Colt 45 con el cargador lleno de persuasión.

Hoy tengo un mal día, no tengo ganas de discutir. Apunto al que tiene más miedo.




Fin del comunicado.
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