viernes, 19 de marzo de 2010

La otra Odisea

Hoy estoy bastante simple.



Miraba las olas acariciando la arena mientras, a imitación de ellas, le acariciaba la cabeza a su hijo.

"Esto es tan aburrido..."

Se levantó y dio un paseo por la playa.

"Ya debería haber vuelto. Seguro que se ha entretenido saqueando alguna aldea, y yo aquí esperando como una boba".

Entró en su casa y se sentó, desgranando los segundos con su mirada. Ansiosa y aburrida.

"Conociéndolo, estará flirteando con alguna bruja. Se va a enterar cuando vuelva".

Miró a su hijo, que no parecía preocuparse por nada, y se levantó con decisión.

"¡Hasta aquí hemos llegado!"


Y así, Penélope se dejó de tonterías y fue a buscar a Ulises.
(Luego no lo encontró y se inventó lo del telar, pero nadie se creyó esa historia).



Fin del comunicado.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Nocturno para Violín y Piano




Te escribo estas líneas para explicar mi comportamiento de ayer.

Mi brusquedad te sorprendió, como no podía ser de otra manera. Temo que esta explicación tendré que empezarla desde el principio:

Me sorprendiste desde el momento en que te vi, pero no me atrevería a decir que te amé desde ese mismo instante. Tu forma grácil de andar, las pupilas de tus ojos que siempre parecían absorber la luz circundante, tu voz ligera y arrebatadora... por todo eso no sentía más que cierta fascinación, mas no amor.

Los primeros días que hablamos vi en ti inteligencia, rapidez y sabiduría. Vi la Bondad en tus actos, la Belleza en tus pensamientos, la Verdad en tus palabras. Nuestras conversaciones eran una orquesta en perfecta armonía. No había noche en la que no me acostara reflexionando sobre las preguntas que habían surgido, y las preguntas a las que habíamos (habías) respondido.
Tampoco eso me hizo amarte. Sentí una gran simpatía, una comprensión transcendental, un deseo de nunca separarme de ti y una exaltada admiración.

Un día me invitaste a pasar a tu casa. Descubrí con grata sorpresa el piano que había en tu salón y la partitura que había sobre él: un nocturno de Chopin. El mismo que yo estaba practicando, y (por lo que me dijiste más tarde) el que habías tocado en varios conciertos.
Fuiste a por tu violín y yo me senté al piano. Toqué los primeros acordes y el tiempo se detuvo cuando empezaste a tocar. Me hiciste sentir cosas que había olvidado, cosas que nunca había aprendido y cosas que siempre había sabido. Viajé durante un breve período de tiempo por un mundo en el que sólo estabas tú, y lo encontré hermoso. La forma en como los dos sonidos se fundían fue lo que me hizo amarte.

El tiempo que pasamos juntos fue el más dichoso que recuerdo, y espero no tener que reemplazarlo nunca. Tocamos muchas piezas distintas entonces, pero el Nocturno era el que nos extasiaba cada noche, en el que siempre encontrábamos algo nuevo. Te amé cada día más durante los tres años y cerca de cuatro meses que pasamos juntos.

El día que te fuiste está borroso en mi memoria. Es curioso... suelo tener buena memoria, pero no recuerdo la frase que me dijste antes de abandonarme.

El alcohol, la tristeza y la furia fueron los tres hierros a los que me agarré para no caer, pero quemaban.
Entonces no podía tocar. Mis manos parecían no responderme, y nuestro Nocturno era patético sin violín.
No sé si fue la locura u otro oscuro motivo lo que me llevó a comprar un violín. Tal vez lo hice porque era la única forma de no perderte, tal vez para demostrarte que no te necesitaba.
Aprendí a tocar con relativa soltura en menos de dos años, con una fijación enfermiza.
Pasado un tiempo toqué tu Nocturno, mi Nocturno, y quedé satisfecho. No dejé de practicar hasta que su melodía me pareció perfecta.
Entonces grabé mi interpretación. Muchas veces, hasta encontrar una impoluta y expresiva.

Dejé el violín (y hasta hoy no lo he vuelto a coger) y con mi grabación sonando comencé a tocar el piano. Mi violín (que entonces yo quería creer que era el tuyo) acompañó a mi piano, y el resultado fue maravilloso.

A estas alturas tal vez pienses que estoy loco. Quizá tengas razón.

Estos últimos años no he dejado de tocar esa pieza y conseguí aplacar mi dolor hasta apenas sentirlo.


Pero ayer me encontré contigo. No supe qué pensar o qué decir y estuve muy cerca de salir corriendo.
Estabas tan preciosa como la última vez que te vi, pero no tanto como te recordaba. Intercambiamos unas palabras de cortesía, me contaste qué había sido de tu vida y yo procuré no hablarte de la mía. Tu voz era algo menos dulce que la que sonaba en mis sueños, y tus ojos algo menos perfectos.
Me invitaste entonces a tu casa, y descubrí con cierta indiferencia que no te habías mudado.
Esta vez el piano estaba tapado y no había partituras a la vista, pero los dos habíamos memorizado sobradamente nuestro Nocturno.
Te pedí que lo tocáramos, tú aceptaste (no sé si con placer o con desagrado). Comencé a tocar, con el corazón encogido esperando tu entrada. No entraste en el tiempo correcto.
Tus trinos eran más nerviosos que gráciles, y fallaste un par de notas que me hicieron saltar del susto.
Entonces viajé por ese mundo en el que sólo estabas tú, el que creía conocer tan bien, y lo encontré grotesco.

Por eso me levanté y cerré la tapa del piano. Por eso me marché sin despedirme.

Descubrí quién eras. Comprendí que todo este tiempo no te había amado a ti, sino a tu recuerdo.

Adiós. Me quedo con mi grabación.


Fin del comunicado.
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